Este díptico está formado por dos tablas de skate realizadas con madera de arce canadiense de grado A en 7 capas.
©2025 Banco de México Diego Rivera Frida Kahlo Museums Trust, Mexico, D.F. / Artists Rights Society (ARS), New York
“Las dos Fridas” (1939) es como un retrato doble con bisturí emocional: dos Fridas, una con corazón roto y la otra con corazón entero, sentadas juntas como si hubieran quedado para una terapia de pareja… consigo mismas.
Vestidas cada una según una parte de su identidad —la Frida europea con encaje victoriano, la Frida mexicana con su tradicional traje de Tehuana— estas dos figuras están unidas por una arteria que fluye de un corazón al otro, pasando por unas pinzas quirúrgicas y un amor que ya no está: el de Diego Rivera.
Pintada justo tras su divorcio, la obra es un ejercicio de anatomía sentimental. Pero lejos de caer en la autocompasión, Frida nos lanza una imagen poderosa, inquietante y hermosa, en la que el dolor se sienta a la mesa con la dignidad. El corazón expuesto no es un grito desesperado, sino una lección de identidad: no hay ruptura que no sea también una reinvención.
“Las dos Fridas” no solo nos muestra una artista dividida, sino también a una mujer capaz de mirarse de frente y hacerse compañía. Y lo hace con dramatismo, sí, pero también con una especie de humor visual que convierte lo trágico en sublime. Porque si alguien sabía convertir las cicatrices en arte inolvidable, era Frida.