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Conociendo en profundidad el IKB

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A un periodista que le preguntó cuál sería el día más feliz de su vida, Yves Klein le respondió: "Si hay un acontecimiento concreto que me haya hecho verdaderamente feliz, elegiría este éxito en la captura de este Azul que yo quería que fuera único en el mundo".

El trabajo de Yves Klein reveló una nueva forma de conceptualizar el papel del artista, concibiendo toda su vida como una obra de arte. "El arte está dondequiera que vaya el artista", declaró en una ocasión. Según él, la belleza existía en todas partes, pero en un estado de invisibilidad. Su tarea consistía en captar la belleza allí donde se encontrara, tanto en la materia como en el aire. El artista utilizó el azul como vehículo para su búsqueda de la inmaterialidad y el infinito. Su célebre tono "más azul que el azul", al cual él le dio el nombre de IKB (International Klein Blue), es un color tan intenso y particular que no sólo atraen la mirada del espectador, sino que se graba en su memoria.

En el momento de su creación, algunos artistas y críticos consideraron que el IKB era un ultraje; después de todo, ¿cómo podía un artista ser tan arrogante como para reivindicar personalmente un color? Otros, sin embargo, consideraron a Klein un genio, un predecesor de la época en que vivimos ahora, época en la que se protege celosamente hasta la propiedad intelectual más insignificante e irrelevante. Incluso hoy en día hay mucho debate sobre esta cuestión, aunque ese debate se alimenta en gran medida de un malentendido fundamental sobre lo que es realmente el IKB y lo que hizo Klein para reivindicarlo.

Creer que IKB era un color nuevo es erróneo. No lo era. El IKB es únicamente una fórmula para transmitir un color que ya existía. El otro malentendido es creer que Klein patentó el IKB, reclamando así su propiedad y derecho a usarlo y comercializarlo a los ojos de la ley. No es cierto. Yves Klein sólo registró IKB mediante un sobre Soleau. El sobre Soleau (en francés: Enveloppe Soleau), que debe su nombre a su inventor francés, Eugène Soleau, es un sobre lacrado que sirve exclusivamente para determinar con precisión la fecha de una invención, idea o creación de una obra. El remitente de un sobre Soleau hace dos copias de la descripción de una idea. Una copia se envía a la oficina que registra la propiedad intelectual y la otra la conserva el solicitante. El sobre Soleau que Klein envió al gobierno francés para registrar IKB fue destruido accidentalmente, por lo que sólo podemos confirmar que IKB se registró alguna vez gracias a la copia que él mismo conservó. En cualquier caso, un sobre Soleau no implica propiedad. A diferencia de una patente, el depositante no tiene derecho de exclusividad sobre la idea o invento reivindicado. Aunque un sobre Soleau puede utilizarse para archivar una creación y fechar con precisión su contenido, no constituye un derecho de propiedad industrial. No otorga ninguna protección directa y el sobre Soleau no sustituye a una patente. Y la invención del IKB fue eso, un invento, una idea.

Toda pintura comienza básicamente como un sólido. Una planta, una roca o un insecto se convierte en polvo y luego se mezcla con un aglutinante, para crear algo líquido que pueda aplicarse a una superficie. El color del sólido determina en gran medida el color de la pintura. En la época del Renacimiento, el color de pintura más preciado, raro y caro era el ultramarino: un pigmento azul espectacular. Se creaba moliendo lapislázuli, un tipo de roca metamórfica, es decir, que cambia bajo presión como el carbón, que se metamorfosea en diamante. Aunque hoy se encuentra en al menos cuatro continentes, en aquella época el lapislázuli sólo se extraía en lo que hoy es Afganistán. Su rareza y el coste de su importación a Europa es lo que lo hacía tan caro. A su vez, su valor, junto con su color especialmente intenso, hizo pensar a los pintores que era el pigmento perfecto para representar la realeza y la santidad, por lo que era un color habitual en pinturas religiosas y retratos de reyes y reinas. A Yves Klein también le encantaban las cualidades vibrantes del ultramar, pero le molestaba el hecho de que cuando el pigmento se mezclaba con fijadores para cubrir la superficie de un cuadro, el fijador modificaba el color.

Las razones que tuvo Klein para buscar el azul más intenso y puro posible tenían su origen en un temprano fracaso que sufrió como artista. Creyendo que podía utilizar el color puro para expresar la esencia espiritual perfecta del sentimiento humano, montó dos exposiciones consecutivas en 1955 y 1956 de lienzos monocromos, cada uno de ellos de un único color sólido y puro. Los cuadros fueron totalmente incomprendidos. El público los veía como decoración y no como expresiones abstractas de emoción pura. Tras reflexionar un poco, Klein decidió que tal vez esa incomprensión se debía a que los monocromos eran de múltiples colores diferentes, lo que confundía a los espectadores. Así que decidió centrarse en un solo color para su siguiente exposición.

En 1956, Klein recurrió a la ayuda de Edouard Adam, un comerciante de pinturas y pigmentos cuya tienda parisina fue un refugio para los artistas de la segunda mitad del siglo XX. Los comienzos fueron complicados. El pigmento azul perdía inevitablemente su aspecto aterciopelado y su intensidad al secarse. Esto se debía a que aglutinante necesario para fijar el color modificaba su textura y por lo tanto, su esencia. Klein y Adam probaron distintas fórmulas -aceite de linaza, cola de piel, caseína-, pero sin mucho éxito.

"Buscaba un medio fijador capaz de fijar cada grano de pigmento entre sí, y luego al soporte, sin que ninguno de ellos se alterara ni se viera privado de sus posibilidades autónomas de irradiación, al tiempo que se unía a los demás y al soporte, creando así la masa coloreada, la superficie pictórica".

Adam y Klein recurrieron al fabricante químico Rhône Poulenc. La investigación llevó al desarrollo de un aglutinante de acetato de polivinilo (una resina sintética, derivada del petróleo) que registraron bajo el nombre de Rhodopas M o M60A. Esta resina, que también actúa como fijador, tiene una gran capacidad para contraerse al secarse, lo que permite que el pigmento permanezca mate y esponjoso, a diferencia de otros aglutinantes. El Rhodopas, junto con alcohol etílico al 95% y acetato de etilo conforman el disolvente en el que se suspende el pigmento seco de azul ultramar sintético, consiguiendo la impresionante pintura que Klein buscaba: una pintura que conservara la "extraordinaria vida autónoma" del pigmento azul ultramar. La resina, que se sigue fabricando hoy en día bajo la marca como le Medium Adam25, se puede comprar en la misma tienda en la que Klein se abastecía en Montparnasse.

Sin embargo, el descubrimiento de un trabajo de investigación de la restauradora Christa Haiml, que trataba de reparar la obra dañada de Klein Blue Monochrome (IKB 42) (1960), resultó de un valor incalculable. El IKB está formado por un aglutinante concreto y un pigmento específico. Al entrevistar a Edouard Adam, Haiml descubrió que: No existe un verdadero pigmento IKB. El "azul ultramarino puro, referencia 1311", que suena tan preciso en la fórmula registrada de Klein, se refiere a un azul que Adam compró a su proveedor de pigmentos de la época, pero sus proveedores cambiaron con el paso de los años y ya no se puede rastrear exactamente la procedencia del 1311.

IKB no sólo era la mezcla perfecta de pigmento y resina, sino también una manifestación material idealizada que representaba a la perfección una idea. Sorprendentemente, sólo creó unas 200 obras con IKB antes de morir. Sin embargo, en ese corto espacio de tiempo consiguió elevar la pintura IKB a la categoría de algo verdaderamente único y, en opinión de muchos, sagrado.

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