Tabla de skate fabricada con 7 capas de madera de arce canadiense grado A.
©2025 Banco de México Diego Rivera Frida Kahlo Museums Trust, Mexico, D.F. / Artists Rights Society (ARS), New York
En Autorretrato como Tehuana, Frida Kahlo no solo se pinta a sí misma: se declara. Envuelta en el tradicional tocado de encaje blanco de las mujeres del Istmo de Tehuantepec —símbolo de fuerza, feminidad y orgullo indígena—, Frida se transforma en una especie de santa patrona del amor imposible.
Pero lo más llamativo no está en el vestido ni en las flores. Está en su frente: el rostro de Diego Rivera aparece dibujado como un pensamiento tatuado en su mente. Porque cuando Frida ama, lo hace con la intensidad de un volcán en erupción y la precisión de un bordado oaxaqueño. Diego en mi pensamiento, dice el título alternativo de la obra, y no queda duda de que allí está, ocupando su mente, su lienzo y —posiblemente— sus noches de insomnio.
La mirada de Frida es tranquila, casi estoica, pero los hilos negros que salen de su tocado —como raíces o pensamientos enredados— sugieren que el amor, en su caso, no es solo un asunto del corazón. Es identidad, obsesión, lucha interna y también creación.
Con este retrato, Frida nos muestra que el amor no siempre es suave ni decorativo. A veces es una corona que pesa, un recuerdo tatuado, un motivo para seguir pintando... incluso con lágrimas.